“Avanzamos temblando”
Dos palabras. Las dos primeras. Y empiezo la lectura temblando. No con ese temblor que produce el frío, ni el miedo, ni la inseguridad. No, es el temblor de lo vivo, el temblor que late y palpita, ese temblor invisible que provoca la respiración. Ese en el que los pelillos de la piel cimbrean con suavidad, como agitados por una brisa apenas perceptible salvo para quien decide observar meticulosamente, atento al detalle y al movimiento mientras avanza. Porque hay un trayecto que recorrer y lo vamos a hacer así, temblando.
¿Y hacia dónde avanzamos y por qué temblamos? Temblamos porque estamos de duelo. Nathalie Léger lo está. Y nosotros con ella porque inicialmente renuncia al uso del “yo” y se decanta por un “nosotros”, un uso del plural que nos implica pero a la vez desdibuja la emoción. Porque en principio no sabemos dónde vamos a llegar pero sí el lugar del que partimos: los recuerdos. Y si hay que avanzar (o retroceder) en ellos necesitamos calma. Una calma que el “yo” no permite, pero sí el “nosotros”. Ya llegará, de hecho llega pronto, el “yo”. Pero desde algún punto hay que empezar si queremos progresar, iniciar el movimiento y transitar por los recuerdos e inventariar la pérdida.
Hay una herida abierta que queda a merced de lo inconcluso, lo irrealizable. Y hay una súplica por encontrar un lenguaje. Un lenguaje para la muerte de un ser querido (su pareja y su madre en un breve período de tiempo). No quiere Léger repetir la liturgia que se repite cada vez, esos gestos y lamentos repetidos siempre, tantas genealogías en vena, practicando ritos que varían en la forma pero no en el fondo.
Avanzamos. El shock, esa calma que mantienes hacia fuera mientras enloqueces por dentro, porque hay palabras que de pronto te abruman, como si hasta entonces no hubieras comprendido su verdadero significado: nunca, jamás, ya no existes. Y el vacío pesa como un lugar frío, glacial.
He leído un número considerable de libros sobre el duelo. La pérdida de un ser querido y su duelo es universal pero a la vez personal. Cada persona tiene su duelo propio, privado, íntimo, no es intercambiable, apenas comparable con el duelo ajeno. Por eso me gustan este tipo de lecturas. Y es Léger quien me plantea directamente esta pregunta:
“¿Qué es lo que puede saberse de la muerte en una vida?”
Y, al igual que con las dos primeras palabras de este libro, me detengo, pensativa. Retomo recuerdos, aprendizajes, experiencias. Y atravieso emociones y sensaciones que percibo sólidas en mi interior, pero que no consigo transformar en la palpabilidad de las palabras. Las palabras tranquilizan, convocan, anuncian, ayudan. Pueden deshacer el miedo si son pronunciadas pero si no son dichas entonces traicionan.
Y así avanzamos con tiento sobre lo que no se puede, no se sabe, decir. Pero mientras lo hacemos, decimos palabras que se piensan, se sienten, se deslizan, interrogan y a veces hasta se pronuncian o se escriben. Porque no sólo te duele el alma, el cuerpo sufre, sufre porque ya no puede tocar, abrazar, besar.
Léger avanza ascendiendo y lo hace escribiendo porque las palabras dan forma a lo que ya no está, a lo que ya no es. Y encuentra la puerta y está abierta y entra, entra al cielo, al azul, a la belleza e inmensidad de la vida. No es un cierre del duelo, es un punto, un punto de amor, un trazo nuevo en el mapa vital, una apertura a nuevos itinerarios.
“En busca del cielo” tiene una densidad emocional abrumadora, explora el duelo pero también hay una búsqueda de sentido en medio de la pérdida. Léger se niega a seguir las convenciones narrativas del duelo literario y plantea un recorrido errático que se asemeja a la realidad emocional de quien sufre la pérdida, que continuamente reescribe la experiencia. Aquí el lenguaje tantea, tiembla, insinúa, traza sombras y luces. El duelo siempre es una emoción incierta y desconcertante, y las palabras no dejan de ser una brújula imperfecta y frágil pero necesaria para atravesarlo. Y es en esa imperfección en donde reside su belleza y supone un desafío para el lector, que precisa de una atención y disposición emocional adecuados.
“Ya lo sabía, desde luego, pero ahora mismo lo acepto con una sensación general de gratitud, una dilatación, una adhesión al mundo tal cual es, efervescente, indiferente y alegre”
Gracias, Nathalie Léger.
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